Llegaste con tu espada en luna
Y tras
la gracia de lo justo incendiaste las calles
abriendo
el caos para los que hacían tremar
al
mendicante y al asesino
Invocaste
una plegaria inaudible
azuzando
el torbellino inmisericorde
y el
monzón que disolvió la montaña en río
En tu
furia mancillaste
al
ignorante de la escritura
al
desposeído de los dioses
hasta
alcanzar la orfandad
que
trasiega en desdicha
Tu
rugido arreciaba las horas últimas
y
conservabas entre tus dedos
la
simiente dorada
para
que cumplido el plazo
—y de
ser necesario—
libraras
una nueva guerra de Troya
aunque
Troya ya no existiera
salvo
en el memorial de lo ingénito
Dónde
semillarla
en qué
rumor descarnado—
musitabas
mientras
las nubes ennegrecidas
auspiciaban
una mayor negrura en el ánimo
¿Y el
perdón?
Yo nada
sé de ángeles
sólo de
la ceniza con la que dibujo su osadía.
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