Llega a la tierra prometida y no levanta allí
su casa; reconoce que dios la ha engañado de nuevo. Llega a la belleza y
quiebra su espejo; sabe que su destino no es el azogue sino la epifanía. Llega
a la verdad y no se amaña allí: echa sobre sus hombros la pesada carga y
descubre un sendero hacia lo inefable con su lámpara de oscuridad. Llega al
domingo y no descansa entonces; ama su pie errante. Adelantada a sus propios
pasos, invisible y silenciosa, no posee luz propia pero sabe encender el fuego.
Sin fe en el camino, cuanto más se aleja más cerca está del comienzo hasta
alcanzarse a sí misma por la espalda, pero no se reconoce. No mira hacia el
horizonte que la llama. No vuelve la cabeza para reconocer el sendero de sal.
Su rostro desaparece entre la bruma. Su equívoco pie importa nada. Camina con
zapatos de felpa entre el simún, para que su rastro no pueda ser seguido. Sólo
el orden del polvo que ha levantado en su errancia es lo que queda. Para evitar
explicaciones se defiende con olvido. La poesía.
De: “La promesa de los pájaros”
No hay comentarios:
Publicar un comentario