domingo, 10 de septiembre de 2017

SAMUEL VÁZQUEZ





Llega a la tierra prometida y no levanta allí su casa; reconoce que dios la ha engañado de nuevo. Llega a la belleza y quiebra su espejo; sabe que su destino no es el azogue sino la epifanía. Llega a la verdad y no se amaña allí: echa sobre sus hombros la pesada carga y descubre un sendero hacia lo inefable con su lámpara de oscuridad. Llega al domingo y no descansa entonces; ama su pie errante. Adelantada a sus propios pasos, invisible y silenciosa, no posee luz propia pero sabe encender el fuego. Sin fe en el camino, cuanto más se aleja más cerca está del comienzo hasta alcanzarse a sí misma por la espalda, pero no se reconoce. No mira hacia el horizonte que la llama. No vuelve la cabeza para reconocer el sendero de sal. Su rostro desaparece entre la bruma. Su equívoco pie importa nada. Camina con zapatos de felpa entre el simún, para que su rastro no pueda ser seguido. Sólo el orden del polvo que ha levantado en su errancia es lo que queda. Para evitar explicaciones se defiende con olvido. La poesía.


De: “La promesa de los pájaros”



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