Había una vez.
Ahora
es ruina.
Inaudible.
Ahora
la tapia, y el viento que la cruza.
Ahora
la lluvia que no germina la huerta de piedras.
Pero
las ruinas no son iguales.
El después es de puertas.
El nunca, de copa que cae.
Los
puentes han sido intencionados.
Hay que restituir el abismo.
Salvar
el horizonte.
Llega
el viento afanado
y lame
migajas de sombras en mis manos.
La
noche zahorí cava en el hontanar del silencio.
La
palabra huye
con mi
mirada clavada en su espalda.
No se
apacientan las preguntas.
Los qué, rumian vestigios de patios sin
ocio.
Al caer
la tarde
mis
manos destejen el aire y su mortaja.
El
mañana es de polvo.
Desdice las horas y los pasos.
Desdice formas y ventanas.
Vivimos
la posteridad del pasado.
Habrá
una -todavía no- otra vez.
No
estará en mis manos.
De: “La promesa de los pájaros”
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