Cadáver con ciruelas sobre un lienzo azul
Al que sabe caminar en el frío.
Vibrante
—vibrante
humo hierve
índigo azula en las calderas
balcones con herrajes
entre
pasillos paredes desteñidas
mojados
pasadizos
por escalerillas y desvanes
vibrante
azul
en las
grasas crenchas
de esta
ciudad.
No
piensa
es sólo
humo vibrante
hidratando
los hermosos harapos de la pobreza
sobre
los delicados cuerpos del hambre
azulaba
azulaba
entre
el polvillo de los libros
las espadas
metal y
sangre, todo Eterno se hace polvo
no hay
camino oculto
tenemos
hambre
en
nuestras bocas
son
plegarias los insultos,
los
silencios son piedad.
Azuloso
vibrátil
el
humor que cristaliza
dentro
de las casas rotas
donde
se amortajan
feroces,
los amantes de lo feo
tremendistas
los malditos, las amargas.
Con los
efectos de la mugre, somos otros
un
desgarre de lienzos polvorientos.
Será
que sólo vemos hacia abajo, como los muertos
sólo
nos es permitido mirar hacia atrás.
Azula
—todo
azula en plena descomposición
la
miseria, en los labios sabe a centavo
a cobre
azul
a pan
azul y fría anestesia
medio
rostro dormido
para
reconocer que somos otros
con los
rasgos de la anemia, somos otros
pero
hermosos, frágiles (como las naranjas
que
azulan sus óxidos) para la inquietante belleza del hambre,
soles
muertos del invierno, pulpa de cadáveres
moliéndose
—sobre
estos ferrosos techados—
nieve
de azulada sal
nieva azulada sal.
(Ciudad de México, invierno de 2008.)
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