Hondura del silencio
Ahora
que veo venir mi existencia
–vieja
desde siempre
bajo
una multitud de agazapado hielo,
y que
la dicha es un aturdimiento lento
en mis
entrañas,
una sed
que no ha servido para nada,
tengo
la certeza de haber llegado
a
la hondura clara del silencio:
Orilla
luminosa en que te nombro.
(En tus
ojos la eternidad se disuelve
como
una tableta de sol
cayendo
al fondo del agua)
Ya casi
no soy ese viento ligero en que
el
infinito, desde la luna, me bebía.
Pero
todavía muerdo esa pregunta.
¿Por qué los glaciales pasos de la muerte?
Era la
vida:
donde
tu niñez milenaria pedía brillo,
habló
tu sombra.
(Hubo
un tiempo
para
cerrar las puertas
y luego
donde
antes había todo
poner
la forma
siempre
tibia
del
recuerdo)
Desde
tu facultad de polvo
escúchame,
porque
empiezo a creer que esta fiesta
algo
tiene de tu abismo,
algo de
furor y herida lenta,
de
temblor remoto
nacido
de la memoria de tu carne,
algo
que va a quedarse para siempre.
Y es
muy distinto de la tregua.
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