martes, 19 de diciembre de 2017

JEANNETTE CLARIOND




La tarde



Si es cierto que al crepúsculo todo tiene su hora, entonces vi
un ánsar borrarse en la niebla, cegar las crestas el brillo, el águila
perderse en su silencio, infinita.

El mar, el mar, don de nuestra falta. Y en el pretil, el jaspeado
verdor del grillo. Oh Dios, abraza este cuerpo, es mi lengua, es
el fluir de mi sangre entre olivos.

(Sus ojos miraron el principio, amaron la duración de la flor,
pero el dolor cubrió el oro silencio de Sainápuchi.)

Arde en su soledad la piedra.


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