sábado, 10 de febrero de 2018

MIJAIL LAMAS





En un paisaje fétido de puertos y estaciones
la carga que transportan los barcos y los trenes
es un ritmo constante en mi cabeza.

Una empresa de sombras afina maquinarias
y un batallón de niebla
que todo lo carcome
nos dice entre silbatos:
la ciudad un cadáver que no se da por enterado.

Una mujer de ojos hundidos
deambula por los muelles,
reclama su botín
y un filo de impaciencia anida y rompe el pecho.

[En todo esto hay una insatisfacción
de la que nadie escapa.]

Muy cerca de los muelles
las putas se alimentan con el deseo ambulante
de los hombres que bajan de los barcos
cansados de sus propias caricias.
Allá un ruido de luz y la ciudad,
su flor de lujo irradia escaparates:
en ese resplandor hay un desprecio.

Qué ganas de que exploten las vitrinas
o se incendien los teatros
y al final no saber que la noche,
al girar en la esquina,
aguza su cuchillo
y aquellos que en la sombra construyeron su casa
tomarán por asalto
todo lo que era suyo por derecho.

Así sería feliz y rápida la muerte,
no como en ese irse gota a gota,
como un pesado
oscuro
martilleo
que todo lo ensordece.

[Morir es solamente un cambio de costumbres.]

Tal vez pasear, salir hacia la calle,
sería lo más  ad hoc.
¡Pero este frac es viejo
tiene muy maltratado los botones!

De: “Canción del navegante de sí mismo”

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