Alimentar muertos
Una
mujer de cabello largo y negro
cubierta
por un paraguas blanco
me mira
con mejillas de cera.
Yo la
estaba mirando
cuando
la lluvia empañó el espejo.
Un
calzón negro es el conjuro.
Ha
llegado de no sé qué confines a mi puerta.
Yo que
no suelo hablar con los muertos
encendí
una vela y miré al abuelo en el umbral:
«Queremos
comer», me dijo al pasar.
Entonces
la recordé
con sus
dientes de nácar
y sus
ojos de luz.
El
primitivo calvo
creía
que yo
seguía
siendo niña.
Fue tan
fácil comérmelos a todos.
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