domingo, 20 de mayo de 2018

ADRIANA LANZA





Alimentar muertos



Una mujer de cabello largo y negro
cubierta por un paraguas blanco
me mira con mejillas de cera.
Yo la estaba mirando
cuando la lluvia empañó el espejo.
Un calzón negro es el conjuro.
Ha llegado de no sé qué confines a mi puerta.
Yo que no suelo hablar con los muertos
encendí una vela y miré al abuelo en el umbral:
«Queremos comer», me dijo al pasar.
Entonces la recordé
con sus dientes de nácar
y sus ojos de luz.
El primitivo calvo
creía que yo
seguía siendo niña.
Fue tan fácil comérmelos a todos.


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