Pin uno, pin dos…
Son las
diez de la noche.
De nada
sirven los 600 gramos de felicidad
que ha
ahorrado mi padre.
Prevalece
una agitación de ladrones en el seno familiar
y cada
quien declina
con su
particular manera de desventurar la sangre.
Parece
como si el movimiento fuera la bancarrota,
como si
el amor fuera tan sólo cosa de adolescentes.
Mi
padre nos quiere,
mi
madre nos ama
porque
hemos logrado ser una familia unida, amante de
la tranquilidad.
Pero
ahora que son las diez de la noche,
ahora
que como de costumbre nadie tiene nada que hacer
propongo
cerrar puertas y ventanas
y abrir
la llave del gas.
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