lunes, 28 de enero de 2019

CARLOS ERNESTO GARCÍA





La penitenciaría



Un rosario de cuerpos
extendidos sobre la nada.
Una miserable galera
en la que busco el reposo
tras varios días de encierro
y plantón
en una celda oscura
que llaman el separo.

Con restos de sangre en mi rostro
aún puedo ver a uno de los nuestros
que agotado de la sensación de asfixia
que produce el hacinamiento
en dos metros cuadrados
y harto de mascar periódicos
con sabor a restos de comida
consigue convencer al guardián
de que le vendiera un pedazo de vidrio
con que cortarse las venas.

Cuando los enfermeros llegaron
para trasladarlo a la clínica del penal
en un apretón de manos
como su más valioso presente
nos regaló a todos
aquel trozo de botella rota.
                                       
   
                               Puerto de Veracruz, 1977


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