domingo, 6 de enero de 2019

CARLOS MANUEL VILLALOBOS




Las espinas de la eternidad



Las plantas, al igual que los animales, lloran, se alegran y tienen orgasmos. En conclusión, las plantas tienen alma. Pero para evitar matorrales en el Cielo, el Hacedor se cuidó de que el alma vegetal no fuera eterna. Pero los pérfidos vampiros, secuaces sin cansancio del Destructor, contaron la fatal noticia a cuanto ser pudieron. Muchas plantas murieron de terribles depresiones vegetales y prueba de ello son los desiertos. Otras en cambio, creyendo aún en los milagros o quizá por herejía, se arrancaron las hojas y las ramas más sensibles, y dejaron que el viento las anduviera por el mundo andando.
Pero es tan evidente el engaño, que los arbustos que tenían espinas, ni siquiera tuvieron tiempo de quitárselas. Hoy los científicos, que desconocen esta verdad primigenia, las confunden con ortópteros y las llaman fásmidos, pero no son ortópteros: son bastoncillos arrancados de alguna rama, son hojas sin alma que vagan por el mundo tratando de engañar a Dios.
¿Pueden las flores desear
a gritos que los pájaros las amen?
¿Pueden las raíces
volverse un mar de ganas cuando llueve?
¿Pueden las hojas
mirarse en los espejos
y soñar que los príncipes azules
están a punto de llegar
con el caballo y los anillos?
¿Puede acaso un árbol
arrancarse los ojos para no mirar la madre
que lo abraza?
¿Puede una rama bajarse
de sí misma
y darse a la fuga andando?
¿Puede acaso Dios escribir un verso
y dejar perdidas las metáforas en el bosque?
¿Puede acaso esta hoja asustadiza
o este bastón andante
poner un huevo
y que nazca un árbol?




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