Ésta era la casa: allá crecía el
ganado y las vacadas tiernas de leche; más al fondo había un granero, repleto y
tibio, abierto siempre para abastecer la mesa y los espléndidos banquetes. Y
justo aquí, en el umbral, el altar doméstico de nuestros lares, los celosos
guardianes, los ingratos y terribles protectores.
Un
día de pronto se marcharon, y las ubres del ganado se partieron, se cubrió de
sal y de ceniza el campo. No oí a mi padre nunca más cantar, ni a mi madre la
volví a mirar cepillándose la oscura trenza.
Una
nube de cuervos ensombreció de pronto los tejados. La más dura piedra se volvió
caliza y azogue tormentoso el insumiso estanque.
Ésta
era la casa. Hoy es un largo y silencioso gemido que me ahoga.
(«Lares»)
(«Lares»)
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