Un vaho invernal
(Segunda variación de la neblina)
Cuatro continentes heridos en mi pecho.
Creía que conquistaría el mundo
Muhammad
Al-Magut
Hay
un vaho invernal que nos envuelve,
que
seduce, que invade los caminos
del
ayer y el mañana
como
si todo el año fuese un mismo diciembre.
Hay
demasiado invierno en los caminos
del
tiempo, de la tierra,
como
palabras y conversaciones.
Digamos,
pues, que el mundo,
está
comunicado
por
partículas de aire, por silencios y ruidos
que
mataron Babel,
por
un aire que va más allá de los puentes
que
apenas se distinguen a lo lejos
cuando
se viaja en tren,
y se
olvidan las calles, la rutina
de la
humedad y el polvo en los rincones
de
los días aciagos cuando todo es estático
pese
al gris movimiento de ciudades
que
devoran la calma de la gente.
Hay
demasiado invierno en los caminos,
para
el calor que adentro nos enciende
como
lámparas viejas que arrinconó el otoño.
Subimos
a los trenes,
aliados
contumaces del destino,
y
puede que viajemos paralelos a riberas de ríos
que
son hijos de Heráclito el desnudo de instantes,
de
relojes que apresen su espíritu de nómada.
Sopla
el vaho del viaje contra las ventanillas,
empaña
los cristales del ahora,
del
ayer y el mañana de este desplazamiento,
alza
efigies de polvo en la trastienda
del
cuerpo, los sentidos
que
madriguera son del pensamiento.
También
digamos que en este trayecto,
vemos
hordas de imágenes y huellas,
repúblicas
enteras de sonidos
que
anidaron por mucho entre la ropa
y se
afianzaron fuerte al equipaje
de la
memoria nuestra.
Muy a
pesar de todos los vigías
que
recorren adentro los pasillos,
y
estaciones afuera,
algo
que soslayamos nos detiene
y
entonces otra gente se aprovecha
para
sumarse pronta
al
tráfico infinito de este tren
que
alguien imaginó como una flecha
en
busca de algún blanco misterioso
más
allá de los días y las horas
que
secuestran ciudades y azuzan a viajeros
detrás
de nuevos rumbos que inventar.
Hay
un caos que impera en cualquier estación
de
ese mundo agorero,
donde
bajan y suben los viajantes
del
inminente invierno que invade al porvenir.
Sobra
decir la luz,
mejor
decir la bruma, las preguntas
de
futuros arcanos
que
aguardan más allá del horizonte.
Es
preferible entonces un poco de neblina
que
ilumine este invierno cuyo vaho
humedezca
el azar de la mirada,
sus
placeres y miedos en caminos extraños
que
se vuelven moneda cotidiana.
El
estupor recorre nuestras venas
como
rieles del tiempo.
Atisbar
hacia adentro no nos libra
de
tocar el afuera
como
la piel de vírgenes lloviznas.
Entonces
el lenguaje, los sentidos,
tejen
un hilo que durante el día
enreda
al universo, y por la noche sirve
de
Lazarillo torpe que les indica búsquedas
–tal
vez interminables, absurdas inclusive–,
sitios
de los que nadie jamás ha comentado.
Y es
que un vaho invernal se cuela en todas partes,
la
cuestión es andar pese a su frío,
reducirlo
quizás a una voluta de humo
que
surja de cualquier cigarro Camel,
dejarla
en el andén del arrepentimiento,
mientras
los ojos trazan en los rieles
un
horizonte curvo y nada más,
pese
al vaho invernal que nos envuelva,
que
seduzca, que invada los caminos
del
ayer y el mañana como si todo el año
fuese
un mismo diciembre
y el
tren fuera un instante
que
nos muestre fugaz el infinito.
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