SOLA está
la estancia, y la yedra
remata el frágil desdén de las tapias
y desborda en su hiel de solisombra
las pálidas hojas del helecho.
Grietas hay ya en los muros, con la resquebrajadura
que va de la cerrazón a la querencia,
abierta al compás que escala ese vasto
corazón crepuscular de gorriones enloquecidos.
Quiero abandonar esas rígidas
reliquias caducas de oro quebradizo y falso
colgadas aún de su desespero
y rebosar las paredes con yemas luminosas
y romper, como un cósmico armonio de alma de ave,
remata el frágil desdén de las tapias
y desborda en su hiel de solisombra
las pálidas hojas del helecho.
Grietas hay ya en los muros, con la resquebrajadura
que va de la cerrazón a la querencia,
abierta al compás que escala ese vasto
corazón crepuscular de gorriones enloquecidos.
Quiero abandonar esas rígidas
reliquias caducas de oro quebradizo y falso
colgadas aún de su desespero
y rebosar las paredes con yemas luminosas
y romper, como un cósmico armonio de alma de ave,
este
amargo y vegetal vacío.
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