El poeta da una vuelta a su perro
1
Las patas de mi perro están hechas de un arte
grácil: su belleza es el aire de la forma. Las patas de mi perro son hermosas
como este poema que escribo, si este poema que escribo llega a ser tan hermoso
como las patas de mi perro: las patas de mi perro cantan; mi poema, a veces,
late. Las patas de mi perro son como versos de Esenin: pasea en su andar, si se
escucha bien, una melodía.
2
Tiene mi perro un estilo de pasear que lo
distingue, un paso fluido que despierta la admiración de la gente, un ir plácido
por las aceras que da gusto mirarlo, un vagar distraído que dan ganas de seguir
su rastro; su andar pisa entre más firme más suelto, su trote queda en el aire
después de que pasa, su correteo da vueltas en redondo y pone a girar las
calles. Se escucha, en lo que escribo, su paso. Con quiebres de gozque, sin
lazo de atar, va mi perro en su paseo de olores.
3
El poema camina según el perro que lo pasee.
Mi poema, por ejemplo, apenas puede poner su paso, difícilmente encuentra su
cadencia, su estilo propio de andar la calle, si sale de ronda con mi perro.
Son las patas de mi fiel amigo las que ponen el ritmo, el movimiento que le da
porte a la forma, son las patas de mi perro caminero las que marcan los acentos
y las pausas, las que dejan su rastro en la andadura del verso. Escuchen,
escuchen bien: pisa mi perro la melodía que me escribe.
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