El coco
Atrás
de la puerta, erecto y rígido, presente,
Él
me espera. Y por eso estoy turbado.
Y
voy a pisar, exactamente,
La
sombra de Él en el enlosado.
—"Señor
Coco",
(Yo
tartamudeo),
"Déjeme
ir a dar mi clase,
Soy
profesor del liceo..."
Pero
su hálito
Me
marcó, frío como tacto de espada.
Y
yo salgo pálido.
Con
la garganta cerrada.
Me
preguntan allá afuera: "¿Estás doliente?"
—"¡No!
(les grito)..." "¿Por qué?" Y hablo y río divirtiéndome.
Y
lo peor es que hay palabras en que me detengo,
bruscamente.
Y
que me duelen, duelen, duelen, prolongándose e
hiriéndome...
Entonces,
en el aire,
Levitándose,
todo subvertiendo, enorme,
Él
da frío y luz, como un claro de luna...
Y
yo le escucha la risa muda.
"Señor
Coco"
(Yo
tartamudeo), "por quien es",
"Déjeme
quedar aquí, en esta reunión,
Sentadito,
tomando mi café...
Pero
los gestos mínimos y palabras de mi día
Quedaron
llenos de sentido.
Tener
de más qué decir... ah, ¡qué fatiga y qué agonía!
Es
natural que yo sea repelido.
Huyo.
Y en mi mansarda
Le
repito: ¡Señor Coco!
Si
es mi Ángel de la Guarda,
¡Guárdeme,
pero de usted, de la vida no!
Raya
como una tea entonces su mirar.
Sus
alas sin fin vibran en el aire como azote
Y
hasta en el lecho en que me tiendo a estar,
Nosotros
luchamos toda la noche.
Hasta
que, vencido, inerme
Ante
el esplendor de su cara,
Me
postro de repente, y beso el suelo ante Él
Reconociendo
su máscara.
Le
rezo: "¡Dios mío, señor Coco, perdón!"
"¡Yo
no soy digno de esta guerra!"
"¡Ahórreme
su revelación!"
"¡Déjeme
estar aquí, en la tierra!"
Cuando
un súbito viraje
Me
hace ver (¡Truco ya viejo!)
Que
estoy frente al espejo,
Ante
mi propia imagen.
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