De nuevo, las fuentes
Cuántas
fuentes existen, cuántas fuentes
que
no han copiado nunca un rostro humano.
En
montañas altísimas existen,
fijas
únicamente en el espacio,
o
bien en penumbrosas hondonadas
donde
abren sus cristales sosegados
como
anchos ojos de la tierra virgen,
más
llenos de bondad cuanto más claros.
Nunca
esas fuentes, del humano rostro
la
maldad enigmática copiaron
ni
vieron reflejarse la turgencia
¡cuán
insinuante! de los cuerpos blancos
que
en la linfa sonora multiplican
su
ilusión de nenúfares truncados.
No
han sentido llegar, hasta su orilla,
sedientas
bestias de ligero casco,
ni
acogieron, en medio de los juncos
de
la ribera, a los pintados pájaros.
Sólo
las nubes, al volar sobre ellas
solas
o en grupos, por el cielo alto,
a
su callada superficie dieron
una
ilusión de atropellados barcos.
Y
las estrellas, en las tibias noches,
en
una muda acción de sagitarios,
rozaron
el diamante de sus aguas
al
disparar los atrevidos arcos.
Eso
fue todo. Las intactas fuentes
conservan
su candor, como en el cálido
y
venturoso día en que nacieron
de
las azules manos del verano.
A
ellas quiere llevarte, pura imagen
de
la primera poesía. El casto
espejo
será digno de copiarte
en
unión de las nubes y los astros.
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