Decimos
oro.
Y
el apetito de lo extraño limpia su camino de saña;
y
de lo propio, la roca de los muertos rueda hacia su volcán.
El
hombre destinado al péndulo continúa su vaivén de trueque.
A
un lado prueba el amor y en el otro, la repugnancia y sus lenguas.
Al
pensar su permanencia, abre suspenso.
No
sigue ningún cauce ni leyenda.
Los
anhelos no pasan cuando oímos quietud.
Decimos
verdad.
Y
de qué manera gozosa el caos agrada a nuestros sentidos
y
los disuelve en su hora.
El
cielo en la balanza es apenas un huésped del día.
La
luz hace luz en las palabras.
Y
la noche tiene un préstamo pálido de la imaginación;
y
es prenda de la blasfemia bajo un sol celoso.
Decimos
adorno.
Y
venimos al mundo en dos tiempos inseparables:
Un
milenio de mentiras recalentado en su sed
Y
otro de fantasía, donde las aguas se beben estancadas.
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