Allá lejos
Hiéreme,
¡oh muerte!
Coge
la flor abierta
de
mis años. No dejes
que
envejezca. Ven pronto.
Rompe
la hélice roja
de
mi ambicioso corazón en pleno
volar
sobre los curvos hiorizontes.
Paraliza
mis brazos
que
hunden el remo en las doradas aguas
del
tiempo. Ata mis plantas
manchadas
con la sangre del racimo
carnal.
Apaga el ritmo
de
mis arterias cuyo golpe hiere,
en
la noche de insomnio, mis oídos
con
un rumor de agua subterránea.
Fájame
con tu venda
como
a un niño, y entrégame a los brazos
de
la oscura nodriza que alimenta
las
ávidas raíces de los árboles.
No
ver la luz, no ver la luz creadora
que
saca de su abismo inagotable
las
infinitas formas de la vida,
No
atisbar el espacio
que
se puede beber con la mirada
como
una copa azul llena de espumas.
No
ver un rostro humano
ni
oír una palabra.
Hiéreme,
¡oh muerte!
Ni
el dulce mar en que naufragan tantas
riquezas,
y que guarda entre sus aguas
fabulosas
ciudades,
hundidas
como fúnebres navíos
con
sus copas de oro
y
sus lechos cargados de mujeres.
Ni
el mismo cielo eterno que sustenta
la
arqultectura móvil de las nubes,
y
traza la remota geometría
de
las constelaciones misteriosas.
Ni
el cuerpo adolescente
de
una doncella, apenas sombreado
en
sus pliegues recónditos por una
vegetación
de suave terciopelo.
Nada
podrá ligarme a la ribera
terrestre.
Ven ¡oh muerte!
Quiero
bajar los húmedos peldaños,
afelpados
de musgo, de la estrecha
galería
que lleva hasta tu cripta
donde
espera la esfinge somnolienta
coronada
de rosas inmortales.
Allí,
al fulgor de las marchitas lámparas
que
filtran una aurora penumbrosa
a
traves de los grises alabastros,
repasaré
la escena multiforme
de
mi vida, los rostros conocidos,
y
la imagen dorada de unos campos
que
florecen aún, bajo otros cielos,
perdidos
en el tiempo y la memoria.
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