Visión del porvenir
¡Ay!
¡Qué soberbia cúpula tu cielo!
¡Qué
emporio de colores tu llanada,
y
qué ricos estuches tus colinas,
y
qué beso inefable el de tus auras,
y
qué mar apacible el que, amoroso,
en
holocausto a tu beldad, te canta!
¡Qué
mísero! ¡qué triste!
¡qué
lleno de infortunio
quien
no ha visto jamás tu sol espléndido
abrir
en el oriente su capullo,
no
vio la luz de tus estrellas pálidas,
ni
gozó de tus dulces plenilunios!
¡Oh,
la música grata de tus mares,
y
el alegre bullir de tus cascadas,
y
las risas del silfo cuando juega
en
los airones de tus rubias cañas,
y
el trino de tus pájaros canoros,
y
el madrigalizar de tus fontanas,
y
la queja de amor que da a los aires,
al
son de la guitarra,
el
rimador de sueños,
lamentando
el desdén de la que ama!
¡Eres
una canción, eres un himno
que
brota de mil arpas,
y
que, por darle adoración cumplida,
el
Universo a su Creador levanta!
¡Qué
grato olor despide el limonero
de
sus albas corolas!
¡Qué
grato olor el arrayán del bosque!
¡Cómo
huelen tus rosas,
y
qué perfume dan tus madreselvas,
tus
claveles, tus lirios y tus violas!
¡Eres
un pebetero
donde
la tierra pone sus aromas
para
que jueguen con la brisa, y vayan
hasta
Dios mismo, en calidad de orobias!
¡Cálida
tierra mía!
¡Con
qué orgullo te veo,
dueña
de tus destinos,
libre
como las aves en el viento,
celebrando
tus bodas
-enamorada
hurí- con el Progreso!
¡Patria
de mis mayores!
¡Hogar
de mis ensueños!
¡Qué
placer inefable
este
placer que siento,
al
ver salir el humo de tus fábricas,
multiplicarse
del saber tus templos,
y
atravesar los mares
en
navíos soberbios,
con
noble afán de conquistar el orbe,
los
ricos frutos del vergel riqueño!
¡Cuál
mi delicia al percibir el vaho
de
tu humífero suelo,
cuando
el corte recibes
de
la reja de acero,
para
que el sol fecunde tus entrañas,
y
te abone la lluvia con sus besos,
y
la gramínea en sus flautines de oro
cante
la gloria de tu valle espléndido,
y
nos deslumbre el tabacal undoso
con
sus verdes y raros terciopelos,
y
luzcan esmeraldas y rubíes
en
sus ligeras copas los campos
y
su altivez de emperatriz la piña,
y
el naranjal sus glóbulos de fuego!
¡Ay!
¡Qué matronas las que a ti te ilustran,
y
que varones los que en ti batallan,
y
qué doncellas las que en ti suspiran,
y
qué poetas los que a ti te cantan!
Yo
en ti he nacido, y en tu valle hermoso
quiero
dormirme de la muerte al beso,
para
volver a tu bendita entraña…
¡porque
todo lo mío te lo debo!
¡Yo
te debo el sentir de mis cantares,
la
lumbre que destella en mi cerebro,
las
fibras de mis músculos,
el
arpa de mis nervios,
la
sangre de mis venas,
y
la cal de mis huesos!
¡Qué
placidez la de la muerte mía
si,
al hundirme en la fosa,
me
acompañara la visión radiante
de
que, al surgir en épocas remotas
los
elementos que mi ser integran
de
ese crisol que todo lo transforma,
han
de ofrecer en tu conjunto egregio
alarde
rico de belleza y gloria,
siendo
pluma, en el ala
de
alguna de tus aves más canoras;
una
perla en el fondo de tus mares;
un
hilo de tus linfas nemorosas;
un
granito de oro en tu montaña;
en
tu vergel, un pétalo de rosa;
un
átomo de fósforo, en el cráneo
de
tu hijo más patriota;
una
chispa de numen en la mente
del
bardo que pregone tus victorias,
y
una gota de sangre
del
corazón de una mujer criolla!
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