Canto XXVI. El pensamiento dominante
Dulcísimo,
potente
dominador
de mi profunda mente:
terrible,
pero caro
don
del cielo, consorte
a
mis lúgubres días,
pensamiento
que a mí frecuente tornas.
De
tu natura arcana
¿quién
no discurre? Su poder ¿qué humano
no
sintió? Empero, siempre
que,
en decir sus efectos,
el
sentir espolea la lengua humana,
nuevo
escuchase aquello que razona.
¡Cómo
desierta queda
mi
mente desde cuando
tú
la tomaste toda por morada!
Y
veloces en torno como el lampo
mis
otros pensamientos
se
disolvieron. Tal como una torre
en
campo solitario,
estás
solo, gigante, en medio de ella.
¿Qué
devienen, fuera de ti solo,
toda
obra terrenal,
toda
entera la vida a mi mirada?
¡Qué
intolerable tedio
los
ocios, los comercios,
y
de vano placer la espera vana,
a
lado desa dicha,
dicha
celeste que de ti me viene!
Cual
desde nudas piedras
del
rocoso Apenino
a
un campo verde que sonríe lejano
vuelve
ansiosa la vista el peregrino;
así
del seco y áspero
mundano
conversar, ardientemente,
casi
a gayo jardín, a ti retorno,
y
estar contigo aviva mis sentidos.
Paréceme
increíble
que
la vida infeliz y el necio mundo
asaz
por largo tiempo
sin
ti ya soporté;
y
comprender no puedo
que
por otros deseos,
a
ti no semejantes, se suspire.
Jamás
desde que supe
esta
vida qué es, en carne propia,
temor
de muerte no oprimió mi pecho.
Hoy
me parece un juego
la
que el inepto mundo,
loando
a veces, aborrece y teme,
necesidad
extrema;
y
si peligro amaga, con sonrisas
me
pongo a contemplar sus amenazas.
A
los cobardes siempre, y a las almas
abyectas
y mezquinas
di
mi desprecio. Hoy punge todo acto
indigno
mis sentidos;
mueve
a desdén el alma todo ejemplo
de
la humana vileza.
A
esta edad soberbia,
que
de esperanzas vanas se alimenta,
no
amante de virtud, mas de palabras;
loca,
que lo útil pide,
y
que inútil la vida
así
cada vez más no ve tornarse;
me
siento superior. De los humanos
juicios
me burlo; y al voluble vulgo
al
bel pensar infesto,
digno
despreciador tuyo, detesto.
A
aquél del cual procedes,
¿cuál
afecto no cede?
Es
más, ¿cuál otro afecto,
sino
aquél, tiene sede en los mortales?
Avaricia,
soberbia, odio, desprecio,
de
honor afán, de reinos,
¿qué
son, sino apetitos
en
parangón con él? Sólo un afecto
vive
en nos: sólo uno,
prepotente
señor,
al
cor humano dio la ley eterna.
Valor
no tiene, ni razón la vida
salvo
por él, por él que al hombre es todo;
sola
disculpa al hado,
que
a los mortales en la tierra puso
a
tanto padecer sin otro fruto;
sólo
por él a veces,
a
la gente no estulta, al ser no vil,
la
vida que la muerte es más gentil.
Para
tus goces, dulce pensamiento,
sentir
humano afán,
y
soportar por años
esta
vida mortal, no me fue indigno;
y
otra vez tornaría,
así
cual soy en nuestro mal experto,
hacia
tal fin a comenzar mi curso:
que,
entre arena y serpientes ponzoñosas
tan
cansado jamás
por
el mortal desierto
no
vine a ti, que estas nuestras penas
no
creyera que tanto bien venciese
¡Qué
mundo así, qué nueva
inmensidad,
qué paraíso es ése
donde
a menudo tu estupendo encanto
parece
que me eleva! A donde yo
bajo
otra luz, que no la usual, errando,
mi
estado terrenal
y
toda la verdad doy al olvido.
Tales
son, creo, los sueños
de
los dioses. En fin, tan solo un sueño
que
en mucha parte todo lo embellece
eres,
dulce pensar;
sueño
y mostrado error. Si bien divina
entre
hermosos errores
natura
tienes; pues tan viva y fuerte,
que
contra la verdad porfiando dura,
ya
veces se le iguala,
tan
solo disipándose en la muerte.
Y
tú por cierto, oh pensamiento, solo
tú
vital a mis días,
causa
dilecta de ansias infinitas,
serás
conmigo a un tiempo en muerte extinto:
que
en mi alma por vivos signos siento
que
perpetuo señor me fuiste dado.
Otros
gentiles sueños
solía
su real aspecto
siempre
debilitar. Cuanto más vuelvo
a
contemplar a aquélla
de
la cual razonando voy contigo,
crece
aquel gran deleite,
crece
aquel gran delirio en que respiro.
¡Angelical
beldad!
A
doquiera que mire rostros bellos,
paréceme
que todos falsamente
imiten
a tu rostro. Única fuente
de
toda la hermosura,
y
única beldad tú me pareces.
Desde
que te miré por vez primera,
¿de
cuál mi grave cuita último objeto
no
fuiste tú? ¿Cuánto pasó del día,
que
no pensara en ti? En mis ensueños
tu
soberana imagen
¿cuántas
veces faltó? Bella cual sueño,
angélica
semblanza,
en
la terrena estancia,
y
altas vías del universo entero,
¿qué
pido más, qué espero
contemplar,
más hermoso que tus ojos,
tener,
más dulce que tu pensamiento?
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