jueves, 12 de marzo de 2020

GIACOMO LEOPARDI






Canto XXVI. El pensamiento dominante



Dulcísimo, potente
dominador de mi profunda mente:
terrible, pero caro
don del cielo, consorte
a mis lúgubres días,
pensamiento que a mí frecuente tornas.

De tu natura arcana
¿quién no discurre? Su poder ¿qué humano
no sintió? Empero, siempre
que, en decir sus efectos,
el sentir espolea la lengua humana,
nuevo escuchase aquello que razona.

¡Cómo desierta queda
mi mente desde cuando
tú la tomaste toda por morada!
Y veloces en torno como el lampo
mis otros pensamientos
se disolvieron. Tal como una torre
en campo solitario,
estás solo, gigante, en medio de ella.

¿Qué devienen, fuera de ti solo,
toda obra terrenal,
toda entera la vida a mi mirada?
¡Qué intolerable tedio
los ocios, los comercios,
y de vano placer la espera vana,
a lado desa dicha,
dicha celeste que de ti me viene!

Cual desde nudas piedras
del rocoso Apenino
a un campo verde que sonríe lejano
vuelve ansiosa la vista el peregrino;
así del seco y áspero
mundano conversar, ardientemente,
casi a gayo jardín, a ti retorno,
y estar contigo aviva mis sentidos.

Paréceme increíble
que la vida infeliz y el necio mundo
asaz por largo tiempo
sin ti ya soporté;
y comprender no puedo
que por otros deseos,
a ti no semejantes, se suspire.

Jamás desde que supe
esta vida qué es, en carne propia,
temor de muerte no oprimió mi pecho.
Hoy me parece un juego
la que el inepto mundo,
loando a veces, aborrece y teme,
necesidad extrema;
y si peligro amaga, con sonrisas
me pongo a contemplar sus amenazas.

A los cobardes siempre, y a las almas
abyectas y mezquinas
di mi desprecio. Hoy punge todo acto
indigno mis sentidos;
mueve a desdén el alma todo ejemplo
de la humana vileza.
A esta edad soberbia,
que de esperanzas vanas se alimenta,
no amante de virtud, mas de palabras;
loca, que lo útil pide,
y que inútil la vida
así cada vez más no ve tornarse;
me siento superior. De los humanos
juicios me burlo; y al voluble vulgo
al bel pensar infesto,
digno despreciador tuyo, detesto.

A aquél del cual procedes,
¿cuál afecto no cede?
Es más, ¿cuál otro afecto,
sino aquél, tiene sede en los mortales?
Avaricia, soberbia, odio, desprecio,
de honor afán, de reinos,
¿qué son, sino apetitos
en parangón con él? Sólo un afecto
vive en nos: sólo uno,
prepotente señor,
al cor humano dio la ley eterna.

Valor no tiene, ni razón la vida
salvo por él, por él que al hombre es todo;
sola disculpa al hado,
que a los mortales en la tierra puso
a tanto padecer sin otro fruto;
sólo por él a veces,
a la gente no estulta, al ser no vil,
la vida que la muerte es más gentil.

Para tus goces, dulce pensamiento,
sentir humano afán,
y soportar por años
esta vida mortal, no me fue indigno;
y otra vez tornaría,
así cual soy en nuestro mal experto,
hacia tal fin a comenzar mi curso:
que, entre arena y serpientes ponzoñosas
tan cansado jamás
por el mortal desierto
no vine a ti, que estas nuestras penas
no creyera que tanto bien venciese
¡Qué mundo así, qué nueva
inmensidad, qué paraíso es ése
donde a menudo tu estupendo encanto
parece que me eleva! A donde yo
bajo otra luz, que no la usual, errando,
mi estado terrenal
y toda la verdad doy al olvido.
Tales son, creo, los sueños
de los dioses. En fin, tan solo un sueño
que en mucha parte todo lo embellece
eres, dulce pensar;
sueño y mostrado error. Si bien divina
entre hermosos errores
natura tienes; pues tan viva y fuerte,
que contra la verdad porfiando dura,
ya veces se le iguala,
tan solo disipándose en la muerte.

Y tú por cierto, oh pensamiento, solo
tú vital a mis días,
causa dilecta de ansias infinitas,
serás conmigo a un tiempo en muerte extinto:
que en mi alma por vivos signos siento
que perpetuo señor me fuiste dado.
Otros gentiles sueños
solía su real aspecto
siempre debilitar. Cuanto más vuelvo
a contemplar a aquélla
de la cual razonando voy contigo,
crece aquel gran deleite,
crece aquel gran delirio en que respiro.
¡Angelical beldad!
A doquiera que mire rostros bellos,
paréceme que todos falsamente
imiten a tu rostro. Única fuente
de toda la hermosura,
y única beldad tú me pareces.

Desde que te miré por vez primera,
¿de cuál mi grave cuita último objeto
no fuiste tú? ¿Cuánto pasó del día,
que no pensara en ti? En mis ensueños
tu soberana imagen
¿cuántas veces faltó? Bella cual sueño,
angélica semblanza,
en la terrena estancia,
y altas vías del universo entero,
¿qué pido más, qué espero
contemplar, más hermoso que tus ojos,
tener, más dulce que tu pensamiento?



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