miércoles, 4 de marzo de 2020

SANTIAGO KOVADLOFF





Dora detrás



Tías, mis tías, mis muchas tías.
Mis tías sencillas, mis tías caseras, mis tías sonrientes.
Mis tías blancas, de piel tan blanca, mis tías gritonas.
Mi Cata. Mi Fenche. Mi Clara. ¡Mi Dora! ¡Mi tía Dora!
Mi Dora envuelta en gas, ahogada en gas, mi tía asfixiada.

Dora desnuda en el baño bajo llave.
En la ducha bajo llave, dos vueltas de llave.
A solas con su cuerpo en el baño bajo llave.
Tía pequeña,
tía gorda,
tía fea.
Mi tía Dora a solas con su cuerpo.
A solas con su muerte azul, verdeazulada,
que la fue envolviendo,
que la fue abrazando,
que la fue cubriendo,
que la fue tomando,
que la fue meciendo,
que la fue doblando,
que la fue tumbando en el agua sonora, en la ducha sorda,
aplastando bajo llave, dos vueltas de llave,
abriendo sus dedos,
helando sus ojos,
penetrando como un sueño que crece en oleadas,
que extirpa la voz, que muele las imágenes,
que va parando el corazón,
parándolo de a poco,
deteniéndolo,
acallando el corazón,
matándolo en el agua,
de a poco,
bajo llave,
en la ducha, entre gotas,
poco a poco,
ahogándolo,
oprimiendo,
hasta matarla.

Tía que hoy reencuentro como una incógnita más de mi vida.
Como una cosa más que no sé.
Como una cosa más que no tengo.
Como tanta cosa natural súbitamente extraña.
Súbitamente mía y perdida en la distancia.
¿Qué nos unió?
¿Qué fuiste para mí que hoy te reencuentro?

Brotabas de repente: bajita, taconuda, blanca.
En aquella tarde eterna que recuerdo para verte.
Venías con tu abrigo verde.
Puntual, tierna, sin sexo. Traías chupetines, una voz opaca.
¿Qué hacías en el baño bajo llave?

Pienso en tus duchas. Quiero pensarlas sin pena.
Quiero mirarte desnuda y delirante bajo el agua.
¿Eras más en la ducha?
¿Eras más bajo llave?
¿Eras más hembra?
¿Eras más alta?
¿Eras más linda?
¿Eras más puta, eras más fuego, te rodeaban los hombres
                                                                       [en el agua?
¿Te cercaban, te abrazaban,
te besaban los hombres en la ducha?
¿Eras alta, Dora, eras intensa?
¿Estallaba tu soledad en el agua de la ducha,
se partía bajo llave, reventaba? ¿Florecía tu sexo,
eras feliz en el baño, bajo llave?
¿Eras feliz, Dora, fuiste feliz
mientras el gas verdeazulado te buscaba?

¿Cómo acercarme, cómo volver, cómo romper esta niebla?
Niebla de años, de miedo, niebla que levanta
tu espantosa quietud de mujer muerta.
Vida que esta noche pende de mi recuerdo.
Horas tuyas que envuelvo con mi voz para buscarte.
Días tuyos, sonidos, lugares, que exploro como un ciego,
como alguien que llegó y no estabas
y no se resigna y huele
y manotea
y va y viene
y rasga el aire
y trata de alcanzar lo inalcanzable
y sueña y se pronuncia.

Tarde adentro, tía, tarde adentro.
En el fondo sinuoso de tus tardes de empleada.
Entre columnas de cifras y cifras alzadas por tu letra
                                                               [minuciosa.
Después de las columnas, Dora; detrás de las columnas.
Debajo de tanto número diáfano.
Entre un número y otro.
Entre uno y otro trazo.
Al final de las cifras, indelebles, paralelos,
¿qué sueños?
¿qué imágenes, Dora?
¿qué rostros, qué formas, qué encuentros?

¿Hubo el amor? ¿Hubo encuentros?
¿Hubo el amor una vez, alguna vez?
¿Algo así como el amor, un nombre,
un hombre que dijera Dora iluminado?

¿La ilusión, el roce, la sensación al menos del amor, no
                                                                            [hubo?
¿Cuando salías, cuando acababan tus tardes de empleada, cuando quedaban atrás las columnas, el silencio, las
                                                       [palabras secas,
cuando el viento de la calle te arrojaba sus sonidos,
sus duras evidencias,
su mucha gente, la gente,
su apuro y su distancia,
no hubo, no hubo?

¿Y adónde ibas?
¿Y atrás de qué? ¿De un colectivo?
¿De cosas frías, de paredes, de vacíos, de una casa muda?
¿De los pasos de siempre, del pan, del queso?
¿Del diario al que te asomabas para ver el mundo desfilando
                                                                                   [lejos?
Mi Dora entre cifras, debajo de cifras,
cargando sus números, abriéndose paso entre selvas de
                                                                             [sietes,
de treces, de nueves, de puntos y comas,
borrando,
sumando,
huyendo entre números,
abriéndole paso entre cifras al sueño,
despojos de sueño,
pedazos de sueño.

Te veo, mi eficaz.
Mi grito sofocado.
Pulcritud sin tacha.
Perfección de sola.
Pulcritud en todo.
En el gesto, en el trato, en las cuentas.
¡Mi Dora abierta al remolino de las cifras!
¡A los números que giran y bailan y te van envolviendo
y atrapan y aferran tus manos, las cifras, la ronda ondulante
de números negros!
¡El remolino crece!
¡El círculo se agranda, te cerca, se estrecha!
¡Son miles de cifras que chupan tu carne!
¡Gusanos que lamen, hileras que trepan, te cubren y bailan
Y tu padre Cecilio y su violín, de espaldas.
Aquel hombre duro.
Aquel hombre mudo.
Dora y las columnas, danzando, que te abarcan y envuelven
                                                                                  [y giran
y cubren y aplastan y arrastran y ciegan
y devoran tus oídos
y te rompen la boca
y deshacen tu cara
y se tragan tu voz
y envenenan tus sueños.
Lo soñado que fue tanto y después poco.
Que fue claro y después nada.

Flor que se fue pudriendo.
Pared que se puso vieja.
Color que fue carcomido.
Mujer que se fue callando.
Que se fue cerrando sin ruido, sonriendo.
Ausente que saludaba.
Que pasó por aquí y no pudo.
Niña que nunca supo.
Muchacha de alguna vez que no se imaginaba.
Que cayó y dijo tal vez y fue adelante y cayó
y se levantó y cayó y dijo tal vez y ya era tarde.


De: “Canto abierto”


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