domingo, 1 de marzo de 2020

TAHAR BEN JELUN





Las muchachas de Tánger



Las muchachas de Tánger llevan una estrella en cada seno. Cómplices de la noche y de los vientos, viven dentro de conchas en riveras de ternura. Vecinas del sol que les sopla por la mañana igual que una lágrima en la bota, poseen un jardín. Un jardín escondido en el alba, en alguna parte de la vieja ciudad donde los poetas fabrican barcas para las aves gigantes de la leyenda. Ellas trenzaron un hilo de oro en la cabellera rebelde. Bellas como la llama encendida en la soledad, como el deseo que levanta los párpados de la noche, como la mano que se abre a la ofrenda, fruto de los mares y de las arenas. Van por la ciudad esparciendo la luz del día y ofreciendo de beber a los hombres que están suspendidos de las nubes. Pero la ciudad tiene dos rostros: uno para amar, el otro para traicionar. El cuerpo es un laberinto trazado por la gacela que robó la miel de los labios de la niña. Una estola color malva o tinta anudada en la frente para proteger la palabra de la noche en el cuerpo virgen. Una flor sin nombre creció entre dos piedras. Una flor sin perfume encendió el fuego en el velo del día ajado. Una hendidura en los labios por donde pasa la música que hace danzar a los espejos. Las muchachas, bajadas de una cresta vecina, desnudas detrás del velo del cielo, muerden una fruta madura. Llueve la escama en el velo. El velo se vuelve arroyo. Las muchachas, sirenas que hacen el amor con las estrellas. Las muchachas de Tánger se despertaron esta mañana. Llevaban arena entre los pechos. Sentadas en un banco del jardín público. Huérfanas.


De: “Los almendros murieron por sus heridas”



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