martes, 30 de junio de 2020

EDGAR LEE MASTERS




La señora de Charles Bliss



El reverendo Wiley me aconsejó no divorciarme
por el bien de los hijos,
y el juez Somers, a él, le aconsejó lo mismo.
Así llegamos juntos al fin del camino.
Pero dos de los hijos creían que él tenía razón,
y dos de los hijos creían que yo tenía razón.
Y los dos que tomaron parte por él me echaban la
culpa a mí.
Y los dos que tomaron parte por mí le echaban la
culpa a él.
Y sufrían por la parte de sus preferencias.
Y estaban todos destrozados por la culpa de haber juzgado,
de alma torturados porque no podían
querernos por igual.
Ahora bien: todo jardinero sabe que las plantas cultivadas
en un sótano o bajo piedras
son retorcidas, amarillas y débiles.
Y ninguna madre permitiría que su hijo
tomara mala leche de su pecho.
Y todavía los predicadores y jueces aconsejan
la crianza de almas
donde no hay sol, sino penumbra,
donde no hay calor, sino fría humedad
¡Predicadores y jueces!


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