martes, 10 de noviembre de 2020

NÂZIM HIKMET

 

 


Tus manos y la mentira



Graves como las piedras,
Tristes como canciones de presidio,
Pesadas y macizas como bestias de carga,
                     Tus manos se parecen
                                   al rostro endurecido
                                                de los niños hambrientos.

            Ágiles, laboriosas como abejas,
Pródigas como ubres desbordantes de leche,
Intrépidas lo mismo que la naturaleza,
Bajo su dura piel, tus manos guardan
                                       la amistad y el afecto.

               No está nuestro planeta sostenido
por los cuernos de un buey:
               Tus manos lo sostienen...

              ¡Qué hombres, nuestros hombres!
Los mantienen a fuerza de mentiras,
Siendo que andan hambrientos,
              Faltos de carne y pan,
Y dejan este mundo, al que cargan de frutos,
Sin poder verlos en la mesa propia
              ni siquiera una vez.

¡Qué hombres, nuestros hombres!
Sobre todo los de Asia, los de África,
del medio Oriente, del Cercano Oriente,
los de las tantas islas del Pacífico
y los de mi país,
es decir, mucho más del setenta por ciento
de los hombres del mundo:
Están adormecidos, están viejos,
Siendo listos y jóvenes como lo son sus manos...

                ¡Qué hombres, nuestros hombres!
Ustedes, mis hermanos de América o Europa,
Tan alertas y audaces,
A quienes, sin embargo, los aturden
lo mismo que a sus manos,
                                    Y les mienten,
                                                  y los hacen marchar...

                    ¡Qué hombres, nuestros hombres!
Si mienten las antenas de las radios,
Si mienten las enormes rotativas,
Si miente el libro y mienten los afiches,
Si mienten los anuncios de los diarios,
Si mienten las desnudas piernas de las muchachas
                    en el teatro y en el cine,
Si hasta mienten las canciones de cuna,
Si miente el sueño, si el pecado miente,
Si miente el violinista de la boite,
Si miente el plenilunio
                    en las noches sin ninguna esperanza,
Si mienten la palabra,
                    el color y la voz,
Si miente el que te explota,
                    el que explota tus manos,
Si todo el mundo y todas, todas las cosas mienten,
                    a excepción de tus manos,
Es para que tus manos siempre sean
                   dóciles como arcilla,
                   ciegas como la noche,
                   idiotas como el perro del pastor,
Y para que jamás se subleven tus manos

Y para que no acabe jamás tanta injusticia
                 -Ideal del traficante-
Sobre este mundo nuestro,
                este mundo mortal
Donde poder vivir
                sería lo mejor.

 

 

Versión de Fernando García Burillo

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario