62.
¿Por
qué, corazón mío, eres tan impaciente? Aquel que vela por las aves, por las
bestezuelas y por los insectos.
Aquel que cuidaba de ti cuando todavía estabas en el seno de tu madre: ¿dejará
de protegerte ahora que ya saliste de él?
¿Cómo puedes, ¡oh, corazón mío!, apartarte de la sonrisa de tu Dios y andar
errante tan lejos de Él?
Abandonaste a tu Bienamado para pensar en futilezas, ¿y te asombras de la
banalidad de tu obra?
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