Ahí
vienen los poetas (ohhh, ohhh)
*Este poema puede leerse de cuatro formas distintas:
(1) sentado, (2) parado, (3) acostado y
(4), la más extrema y vanguardista: en cuclillas.
Ahí vienen los poetas,
todos apiñados en su microbusito cósmico
señalándonos las estrellas con la lengua.
Escondan a colegiales, a ancianos y a universitarios
porque son sus víctimas predilectas.
Cierren bares y teatros…
si nos descuidamos un momento
montarán sus recitales hasta en el velorio del abuelo.
Niños, háganme caso:
no hay tales “cocos” ni monstruos en el armario,
porque no hay nada más tenebroso
que un hombre se les acerque
y les diga:
“publiqué un bonito libro de poemas
¿quieres
verlo?”.
Ahí vienen los poetas,
pídele al cielo
que nunca te hagan parte de su “público cautivo”.
Son los poetas zombis;
chaquetas de cuero y giras espectaculares.
Ahí vienen diciendo con arrogancia
que dicen las cosas sin arrogancia.
Hablarán de su vida
como algo más trascendente que las tortillas del almuerzo,
y guardarán silencio esperando el aplauso respectivo.
Hablarán de dios porque algo tienen de pastores,
Hablarán de la realidad nacional
porque mucho tienen de políticos.
Cuidado con aquel que ha escrito
en servilletas su última producción,
querrá vendértela a precios excesivos
y te dirá con una sonrisa: “el autógrafo es gratis”.
Niños, háganme caso:
no los miren a los ojos,
no les confiesen que escriben o estarán perdidos.
Vendrán los poetas en la noche,
los abducirán para llevarlos a sus talleres “de palabras”;
los convertirán en topos y focas mutantes,
y lo justificarán todo por la libertad y la belleza,
porque los hay muy cursis,
los llenos de tristecita
y los apestosos a alcohol;
no faltan también
los elocuentes que son muy aburridos,
los chistositos sin gracia
y las víctimas del destino
con aquello de “comprendan, comprendan,
no los puedo comprender, porque nadie me comprende…”
Están los que huyen de las mafias literarias
pero acepta sus premios y posan para la fotografía;
los exquisitos de oficina,
los progresistas de la edad de piedra,
los ungidos de San Juan de la Cruz,
los divos del “gato verde”, los eróticos puritanos,
los nihilistas de felpa y los pastelitos rudos…
Niños, ahí vienen los poetas,
pídanle al cielo que pasen rápido
y no haya secuelas que lamentar,
cuidado con la doble amenaza:
muchos de ellos (por el calor y la humedad) mutan a editores.
Niños, háganme caso:
no les hablen,
no se les acerquen,
son los poetas zombis;
chaquetas de cuero y giras espectaculares,
boinas y sombreritos,
luces campero y poemas: “mamá quiero mi pacha”
Son los poetas zombis,
disfrazados de héroes de guerra,
de morsas y hasta de ratas en fiestas infantiles;
señores del discurso vacío y ajeno
donde no han entendido aún
que la gente quiere poesía,
no poetas.
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