Un
recuerdo para Hernández Catá
Hay
una rosa dormida,
con su camino perfecto,
en el corazón directo
de su muerte, que es la vida. Una rosa amanecida
en toda su rosa está:
es la propia luz que va,
con su pétalo y su rama,
a la llama, que es la llama,
de Alfonso Hernández Catá.
Era un hermano… ¡qué hermano…!
Era un hermano mayor
con estrella en cada flor
y bandera en cada mano.
Era ese calor cercano
de corazón y de abrigo.
Era algo más: yo lo digo
siempre que digo su nombre:
era el tamaño de un hombre,
el tamaño de un amigo.
Dueño de un blanco velero
para ir a playas remotas,
entre un alba de gaviotas
cubrió siempre el derrotero.
Fue un corazón su sendero,
un corazón de navío
jamás con sombra ni frio
sino con velamen blanco
para el viaje, dulce y franco,
por el mar o por el río.
Fue más de lo que sabemos
en hondura y altitud.
Tal vez a su plenitud
con el tiempo llegaremos.
Sólo hacen falta los remos
que nos brinda su amistad,
remos de la claridad
para limpias travesías,
por el agua de sus días
que es agua de eternidad.
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