viernes, 26 de febrero de 2021

MANUEL SOSA

 

 

 

El inconverso




Dejadme recoger los residuos que del convite arrojan
para envilecer en la opacidad de los ministerios,
y como alma descuidada regar la sementera pútrida
sobre cada libro, sobre cada éxtasis.

 

Buscar así la otra persistencia, una energía
paralela al amor, pero más mitigante:
crispación del folio en la pira,
golpe fuerte contra el fuerte pórtico,
cuerda tensa y prematura.

 

Cuando alcancen a elogiar mi poca voz
habrán dado con el aliciente que les cegará.
Mi poca voz se adentra en la yema del rencor
y maldice más los coros, las cortes.
Mi túnico embriagan los tañidos desde el barco,
el badajo que halan sobre el reo abatido
y desangrado ante el bauprés.

 

Dejadme rehusar este reclinatorio
y tiritar contra los peldaños, despierto en las plazas
donde se refocilan las estatuas con sus profanadores.
Destilar así esta altivez, bruma sobre los balidos
y los cencerros del amanecer.

 

Yo me reclino a ver pasar los desfiles
y escribo estrofas que me perderían para la causa.
Lo predicaban los que crecían en donaire:
es amor lo que espera junto a la cancela abierta
si insistes y te proclamas ungido.
Pero yo cierro los ojos y aprieto los labios
para no vaticinar tanto provecho estéril.

 

Dolor o frialdad no vibran en mis refutaciones.
Lo que me ensancha como un pendón al viento
es la ojeriza, la alegría de la elección contraria.
Dejadme aborrecer sin contornos que me recluyan
y sea la indiferencia mi laurel,
mi purificación.

 

 

 

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