La absolución
Han
de tener razón para vedarme el paso
cuando ante el vestíbulo me descubro
y el fósforo restalla deslumbrante.
Mi fisonomía desmiente lo que anunciaban
las cartas de relación, las tablillas limpias de hiedra.
No es este el sitio, y se apresuran a desplazarme
hacia la verja con una expresión de asco.
No es esta la compuerta destinada a mi conversión,
por ser ya tarde y no haberlo previsto.
Han de saber que una silueta no suplanta al cuerpo
y que todo resplandor nace de una llama tan pobre.
Y pudiera ser lo más justo.
El humo sube incesante.
Unos dados prefiguraron este mutismo
que es percibir el gozo, sin poder paladearle jamás.
En el fondo no esperaba otra sentencia:
los dados rodaron por el mármol
y vi a cada augur mesarse los cabellos
al reconocer la costra que me retendría.
Han de estar en lo cierto, pues se aferran al picaporte
y trazan su línea con firmeza.
Yo debí faltar a un juramento. Yo tuve que defraudar
a alguien cuya altivez es inconmensurable.
Tiene que ser el reflejo de una justicia que no conozco
para que así me aparten y borren mi nombre
sin darme una razón, sin regalarme un manto
para el camino.
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