La
niña se sienta en la orilla de la noche
La
niña se sienta en la orilla de la noche,
no hay fronteras claras
entre la realidad y el sueño,
su piel muestra marcas de fatiga,
enfebrecida le pesa el tiempo
que retarda su fuga de vida.
Triste llora bajo una higuera desnuda,
y se acompaña de voces
que parecen salir de entre las ramas.
Ella
sabe de quien se trata,
siente el abrazo sombrío de
sus alas,
a oscuras hace memoria
de sus largos silencios,
lava sus sueños empapados
de luz,
y sus pies mojados le estorban,
desesperada cobija sus ansias
y con sus pestañas,
rompe los cristales de su calma.
La
niña que nunca se va,
se esconde en cortina de dudas,
y queda desnuda en un paisaje duro
lleno de ocasos;
sus ojos enrojecidos por falta de sueños
miran su ira estacionada,
las piedras le tapan el paso,
se aferra al mástil de una estrella
fundida con su dolor,
araña el cielo para regalarlo
en pedacitos a quien lo necesite
y en vasijas, guarda sus secretos
para enjugarlos con lágrimas de luna.
Confundida esconde su corazón entre rejas
y se adorna el pecho con poemas
para que nadie avise su vacío
toma entre sus manos la tierra,
y escupe sus esperanzas sepultadas en polvo
como si buscara la resurrección.
Así
hurga en los pasillos de la muerte,
camina muy despacio
para no despertar a los duendes
y teje con sus labios
telarañas de esperanzas
en un silencio mal amaestrado,
tararea su canción,
perfilando una huida
que en otro tiempo ya ensayó,
en eso, se acerca la muerte,
pronuncia su nombre
que pareciera salir de un grito sucio,
y la lumbre alimenta el espacio.
Ilusa ella intenta el dialogo,
queriendo lavar nostalgias
y en una dolencia sin prisa le dice:
te
trajo el viento, muerte?
el arrollo de luz?
mis angustias imprecisas?
-siempre te sentí-
nunca lograste engañarme
tu sombra mancho mis días
cuando escuchaba como arrullo,
tu palabra sin sabor,
tu sangrar de vida,
que me venció en mis eclipses
y mis viajes por tus huesos.
-aquí
no hay cobardía-
solo un fuego que nunca se agota
lágrimas aprisionadas,
y el latir de un cuerpo
aislado de criaturas
que nunca me dejaron,
creerte.
La
muerte se cansa,
le toma su mano,
y se van por un sendero
callado e invisible.
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