Consejo
para un joven profeta
No
te acerques, hijo mío, estos lagos son de sal. Estas flores
Comen insectos. Aquí los lunáticos privados
Aúllan y rebotan en un país muy áspero.
O
ante cualquier monumento enmarañado
Algún mal encarado papi del terror
Ordena un descerebrado rito.
A
danzar en la infortunada montaña,
A danzar van ellos, y sacudir el pecado
De sus manos y pies,
Frenéticos
hasta que la noche repentina
Cae muy lentamente, y el mágico pecado
Se arrastra, secreto, de vuelta a su sitio.
Ecos
baldíos con augurios de ruina:
Siete quedaron satisfechos, recobrando posesión:
(¡Trae un poco de mezcalina, te las arreglarás!)
Hay
algo en tus huesos,
Hay alguien sucio en tu piel problemática,
Hay una tradición en tu mal señalante y cruel dedo
A la cual debes obedecer, y garabatear en la arena caliente:
“Dejen
que todos vengan y asistan
A donde las luces y los aires son montados
Para enseñar y entretener. Oh, miren a la gente rubia
Esperanzada en el imberbe tiro al blanco,
Sacudan
la extravagancia de sus miembros,
Hagan las paces como Juan vestido en pieles,
Elías en el aire asustadizo
o Antonio en los sepulcros:
Jalen
el gatillo imaginario, hermanos.
Dispárenle al demonio: ¡él volverá otra vez!”
América
necesita de estos fatales amigos
De Dios y la patria, para denigrarse en cenizas de mística.
Gigantescos profetas cuyas palabras no calcinan,
Debatiéndose el día entero en extenuantes idealizaciones.
Sólo
estos lunáticos (oh, gran casualidad)
Sólo éstos nos son enviados. Sólo este anémico estruendo
Refunfuña en los campos de sal, en la noche sin lluvia:
Oh, vuelve a casa, hermano, ¡vuelve a casa!
El diablo ha vuelto,
Y el mágico Infierno
está engullendo moscas.
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