martes, 9 de marzo de 2021

MANUEL SOSA

 

 


Viáticos

 


Nunca nos dejan a solas.
Lo sabemos por esa mano oportuna
que nos retiene un instante
antes de pisar el vacío.
Lo sabemos por esa certeza inconsciente
de que las imágenes no bastan,
y que toda verdad, siendo prístina,
no es para decir en alta voz,
sino para atesorar.

 

Nunca nos dejan a solas.
Un rostro caprichoso nos acecha
desde las viejas fotografías.
El impulso de confesarnos antes del viaje
nos hace examinar cada intersticio.
La eventualidad, las convergencias,
las señales que pervierten al signo
nos hacen romper la página
y sumergirnos en el temor
de haber juzgado
a quien era juez y redención.

 

Esa breve felicidad
que puede ser el entrelazamiento de los verbos,
el misterio de sobreponerse a lo transitorio:
fragmentos como escalas
que los propios arqueros dispensan
para escapar con la primera luz.
Todo es presencia, todo es comitiva
que astutamente nos imanta.

 

Nunca nos dejan a solas.
En el candil arden las voces
y los tañidos resuenan desde el barco fondeado.

 

Nunca estamos solos
y somos salvos en ese desconocer
y en las obras que pulimos silentes,
sin esperar retribución,
creyéndonos solos.

 

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