¿Qué
nos atormenta?
Detengo
la alarma como todas las mañanas. Me siento en el margen de la cama para
alcanzar el teléfono. Lo dejo razonablemente lejos porque no confío en mí. Me
reconforta el silencio que sustituye a ese ruido infernal. Así me ayudo.
Quiero
quedarme aquí. Quiero colocar una repisa. Salir a caminar por caminar.
Observar. Pero el dinero es un motor terrible. Nos lleva hacia lugares
inhóspitos. Salimos a la calle, odiamos a los jefes, nos burlamos de ellos en
las esquinas de las fotocopiadoras y eso nos reconforta. Alguien se burla de
todos nosotros. Alguien nos vigila desde el panóptico.
Las
mañanas se parecen entre sí. No me refiero a la tonalidad de la luz, sino al
bullicio, al trajín multitudinario. Me refiero a la pesadez en los párpados, al
champú mentolado, a los periódicos. Me abotono la camisa frente al espejo que
solo refleja las grietas del rostro, canas, calvicie. Preferiría ver un corazón
atormentado. Al hombre sin voluntad.
Busco
las llaves. Estoy seguro de haberlas dejado aquí. No busco en las escarpias,
porque en ellas solo cuelgo las medallas. Mira, estas llaves son importantes,
porque abren cosas importantes: archiveros, bóvedas. Esto me atormenta ahora.
¿Lo ves?
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