lunes, 24 de mayo de 2021

FERMÍN VILELA

 

  

 

Elegía del Buen Ayre

 


Estos son los ángeles en los que nadie cree.
Son los que van de casa en casa, hablando con un dejo
de tabaco y medicinas sin nombre. Quienes anidan
en el dormitorio de la niña, en la cama del ausente.
Quienes van entre playas, motores y acantilados
escuchando la perversión sin confesiones,
el río atravesado, lo que nadie quiere decir.

 
Resulta que estos ángeles nunca se olvidaron
de reclamarle al dios cual sea que los haya puesto a trabajar
sin siquiera ayudarlos ni medir el daño colateral de sus alas,
que golpean todo lo que rozan y llevan ciertos nombres
escritos en ellas. En la fila del supermercado, cambiando pañales,
besando dos veces la tierra, pasando un trapo amarillo
sobre la mesa del bar. Ahí estaban los ángeles
porque los ángeles no sólo estaban entre nosotros,
respiraban en nosotros. Heridos por las batallas
míticas de todos los días, heridos sin poder decir
exactamente dónde fueron heridos, deambulando
bajo las ruinas blancas como blancos son los huesos
del dios que los desterró y hoy saca provecho
de sus alas caídas, los dispone mientras se aclara
la garganta, hace de sus días un laboratorio.

 

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