Persecución
Hay
una niña en bicicleta en mi retrovisor.
Lleva un vestido amarillo saturado de agosto
y una sonrisa blanca demasiado blanca
como el rezo de los niños pequeños.
Ella
tiene unos ocho años y no sabe aún
que algún día morirá
que la vejez no es solo de las abuelas
que no son los raspones en el asfalto los que tiñen de gris
los recuerdos.
Los
sábados por las mañanas
me persigue todo el camino a la casa de mi madre.
Su brillo en el retrovisor obstruye a veces mi vista
y me obliga a cambiar el ángulo del espejo.
Esa
niña en bicicleta
tiene mi rostro. Esconde en su sonrisa
la palabra que bastaría para salvarme.
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