Huechantü
Uno
Las
estrellas giraban en el cielo
quemando como el oro
nuestro corazón.
Los bosques se aferraban a la noche
y el sol venía al mar
desde las blancas montañas de los sueños.
Pasamos por árboles que nos adormecían
con sus pétalos de moribunda luz.
El agua respiraba bajo tierra.
La luna descendía a los dominios
de los animales secretos,
enmascarados por la niebla
y el frío resplandor de las vertientes.
Nuestros caballos
se hicieron aire
y nuestros cantos
vanas raíces
en la escarcha del amanecer.
La tierra nuevamente ardía
y nuestros muertos,
boca abajo,
cubrían con sus sombras
la extensa sombra
de su corazón.
Dos
Huenchantü,
Huechantü gritaron los ancianos. Se acabó la comida, Carlos Huaquipán. Ya se
han ido los salmones, Albino Aguas. La tía Catalina hornea un pan oscuro en la
cocina de hierro. Es aún una niña en 1930. El presidente sólo vende harina
gris, papas con tizón. En todos los caminos vemos cueros de vacas faenadas por
la gente, laceadas en los potreros de los gringos. Huenchantü, huechantü, el
día de la crisis, el sol de la escasez. Vendrá la guerra, tío Pedro, tío José,
tía Rosa. No hay manzanas en las quintas, el agua sube y pudre los últimos
maíces. La gente se emborracha y se acrimina y nadie le hace cruces a los
muertos en los montes. Huenchantü, huechantü. Ya no comeremos la murtilla en
Quitra Quitra y Trinidad ni los dulces chupones de Quilmahue. Escucha el
silencio de los campos, Abraham, ningún animalito ya nos habla. Los bosques en
silencio, como piedras, los pájaros sin voz. Huechantü, huechantü. Debajo de la
tierra el sol se pierde, debajo del frío remolino de las almas en pena.
Tres
Contaco
río, cascada
de choroyes, sangre
de las piedras tigres,
herida del sol.
Llévanos.
Ésta
es la barca transparente
que sólo podemos navegar en lo oscuro.
Éstos los remos de avellano
que se consumen en tus aguas
hasta desaparecer.
Justicia
de la corriente que nos arroja al mar,
arena el pensamiento,
espuma el amor
que moja nuestras manos
borradas por la luz del roquerío.
Que vengan las gaviotas a comernos los ojos,
los brazos y las piernas.
Justicia de los pájaros,
justicia de las aguas que se inclinan hacia el sol
por el peso de nuestras almas.
De: “Reducciones”
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