Decrepita
musicalidad de mis sonetos
Conozco
mis historias,
mis
pocos triunfos y fracasos muchos;
los
sueños que se aferran a mis ansias,
como
lianas a árboles añosos.
Sé
el nombre del lugar de donde vengo,
el
número de casas del poblado,
el
nombre de sus arroyos y sus calles,
y el
de todos sus vecinos.
Pero
no sé o no quiero recordar
el
nombre que me dieron,
el
que dicen los papeles que es el mío.
Por
eso me hice pordiosero
para
que digan de mí que soy un viejo
que
anda por las calles mendigando.
Mas
cuando estoy solo
y
nadie repara en mi presencia,
me
siento en los andenes de las casas
a
regurgitar sonetos.
Entonces
me río de los que de mí se ríen,
sin
importarme que me tiren monedas,
que
no quieren, porque rompen sus bolsillos.
A
veces ni yo mismo creo
que
los sonetos que musito
sean
los mismos que nacieron de mi mente,
cuando
mi mente era poderosa y ágil
como
corrientes invernales de mi arroyo.
No
sé cuántas primaveras hace
que
renuncié al tedio de la vida cotidiana,
para
buscar entre los extraños
lo
que no pude encontrar entre los míos.
No
me importa, me tiene sin cuidado,
que los
adultos me miren con desprecios,
que
digan de mí que soy chéchere viejo,
¿acaso
no dicen lo mismo de los versos?
Sigo
caminando por las calles,
con
el pecado atroz de la renuncia,
esperando
que oídos impacientes
quieran
escuchar lo que musito,
para
equiparar sus angustias reprimidas
con
la decrépita musicalidad de mis sonetos.
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