No
le damos espacio. Nos cerramos
alrededor
del lecho. Somos cinco:
Maria,
Grazia, Lucia, Angelo y yo.
Con
los ojos abiertos resistamos
hasta
el alba, y aún más si es necesario,
y
otro día, y aún otro, y otra noche
y
formemos un dique, una barrera
para
obstruirle el paso, vigilemos.
Es
un bicho invisible a simple vista
y
sin embargo pica como víbora.
Si
encuentra una rendija, una fisura,
una
mínima grieta, una quebraja,
se
lanza como halcón y no perdona.
Hagamos,
pues, un muro con los cuerpos,
un
altísimo muro inexpugnable
de
prisión o castillo medieval.
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