Y
tus libros ¿qué harán en el estudio?
Así
es como llamabas al garaje
de
unos sesenta metros que compraste
para
hospedarlos todos a la vista
en
brillantes estantes alineados
en
las paredes hasta el cielorraso.
Sentado
tras la mesa, con cuidado
los
ibas anotando en un cuaderno
con
tu bonita y nítida grafía,
tardaré
mucho tiempo, tengo tantos,
nunca
los he contado. ¿Veinte mil?
Creo
que aún más. Si vienes a ayudarme
dentro
de un mes los ficharemos todos.
¿Advertirá
la falta alguno de ellos
de
una caricia leve por su lomo?
¿Te
llorarán los clásicos latinos,
tu
querido Catulo, sobre todo?
Lo
habías puesto en la última repisa,
enfrente
de la mesa. Te bastaba
levantar
la cabeza, asegurarte
de
su presencia tranquilizadora.
Os
contemplabais con los ojos lánguidos
de
dos enamorados incurables.
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