La
sombra en la piedra
Pasé
junto a la piedra del druida
que se cierne en el jardín, blanca y solitaria,
me detuve y miré las sombras precarias
que desde el árbol a veces caen encima
con un cadencioso movimiento,
y en mi imaginación reconstruyeron
la silueta de una cabeza y unos hombros bien conocidos,
proyectados cuando ella trabajaba en el jardín.
La
pensé a mis espaldas,
sí, había aprendido a estar sin ella durante mucho tiempo,
y dije: «Estoy seguro de que estás detrás mío,
aunque, ¿cómo has entrado en este viejo camino?»
Y solo se oyó la caída de una hoja
como respuesta; y para contener la tristeza
de ningún modo volvería la cabeza
para descubrir que no había nada.
Sin
embargo, quería mirar y ver
que nadie estuviese detrás mío;
pero, pensé una vez más: «No, me resisto
a entrever cualquier forma que allí pueda haber.»
Salí del jardín con suave disposición,
y la dejé detrás de mí, arrojando su sombra,
como si en verdad fuera una aparición.
No volví la cabeza para que mi sueño no se desvaneciera.
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