Su voz
Vino
de más allá con su tristeza. Había
rodado
por los siglos y las lunas
intactamente
virgen,
vertical,
pura y honda,
hecha
de mármoles antiguos,
de
historias y de gestas
y se
rompió en mi playa lejanísima
con
sonido de órganos extraños.
Humanamente
se rompió en mi playa
con
su verdad traída en las raíces,
con
su verdad rotunda, abras adora,
y en
mis arenas hubo un murmullo de oros,
un
temblor en las cimas de mis dunas
y
una noche más honda y pensativa
se
adentró en mi silencio.
Y
ahora no sé lo que me dice.
Es
su voz la que bate sin cesar mis orillas.
Es
su galerna la que lame
mis
rocas
con
la lengua salobre de la angustia.
Son
sus espumas las que ciñen mis piernas temerarias.
No
sé lo que me dicen. No lo oyen mis oídos.
Lo
siento a ramalazos, nocturno mar,
mar
viento,
arremetiendo
mis costados tristes
(piedra
viva sin agua; sólo tierra).
La
verdad que me trae no la busco,
no
está, no, en sus palabras.
Está
en su voz eterna,
en
su voz impalpable, huidiza, arrolladora,
lejanísimamente
mía
y a
la vez
más
próxima y más fiel que mi tristeza.
La
verdad que me trae.
De: “Mariposa en cenizas”
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