larvario
Estoy
en otra luz ahora,
necesariamente
tuve
que
asistir a esa
distinta
soledad. El paisaje
se
mueve al ritmo del parpadeo:
migrancia
eterna, los destinos
hallan
acomodo en la
frágil
envoltura
de
esta realidad imaginada
que
estoy viendo. Se inaugura
un
continente:
el
ojo como carcelero
y el
poema como memoria,
visión
y pensamiento
trastocados
en el iris,
otra
verdad adjunta
no
menos real
ni
más fantasía
sólo
esa:
la
que se vive en los pasos,
la
que se muere en las huellas,
la
que se recuerda en la danza
siempre
con un compás renacido,
desde
el filamento cristalino
embebido
de tierra,
poblada
de gusanos maravillosos,
merodeando,
juntos
en
el pulso quieto de los instantes,
entonando
un tristísimo canto
para
escalar,
y
todos arriba
vueltos
ya palabras
desmembradas
desde su raíz,
desarraigadas,
son
idioma en efervescencia:
corazonadas
migrando
desde
la vista,
que
en peregrinaje azaroso
trastocan
su evidencia,
se
plasman
alcanzadas
por la revolución oleaginosa de una pintura,
y
ellas mismas
si
es que acaso, alguna vez
no
tuvieron nombre,
se
sienten bautizadas
con
una belleza que inquieta la pupila.
De: “Ahora que ha llovido”
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