Ofertas
y promociones
Creo
que me perdí, y que después volví andando
por
los alrededores de los polígonos industriales;
por
calles que no eran las de siempre,
por
las inmediaciones de las agencias de transporte
donde
había gente que se acercaba
en
busca de una dirección,
acaso
de una notificación de ausencia.
Creo
que cuando llegué a la primera rotonda
y
pude ver las luces del McDonald´s a lo lejos,
dudé
por un instante y después seguí recto.
Al
fondo, en las últimas calles apartadas,
en
el cruce de carreteras
donde
habitualmente no pasa nadie,
había
jóvenes que hacían chirriar las ruedas contra el
asfalto;
hacían
rugir el tubo de escape porque a esa edad
se
supone que la vida todavía es riesgo y emoción.
Dulce
adrenalina nacida para soñar,
para
sentir la euforia en cada poro de la piel.
Después
de aquello,
después
de que el motor de un BMW tuneado
me
hiciera vibrar el corazón y me reventara la cabeza,
necesitaba
un descanso.
Necesitaba
algo que me hiciera comprender
el
origen del sosiego.
Necesitaba
aire,
y
sin saber cómo, sin saber por dónde,
di
vueltas a una parte de la ciudad que me era totalmente
desconocida.
Llegué
hasta el Lidl y me acordé de que la voluntad
es
un deseo constante de renovación y cambio;
un
anhelo que necesita de millones de ofertas y
promociones
que
hagan de cada semana una fiesta continua,
algo
más alegre, mucho más fácil de sobrellevar.
Entré
y había azafatas que te daban canapés de queso y
Bricks
de
zumo de naranja y piña.
Había
reponedores encargados de rellenar los estantes
vacíos,
más
azafatas en la sección de embutidos
que
amablemente te ofrecían tapas de jamón serrano y
fuet.
Había
niños disfrazados de Halloween,
Había
padres que revolvían entre las cajas de
herramientas
y
los productos de bricolaje.
Había
mujeres que rebuscaban entre los utensilios de
cocina
y los complementos para el baño.
Todo
por muy poco dinero.
Máxima
calidad a precios irresistibles: no se podía
aguantar.
Todo
lo que tocaban mis manos era amor,
intenso
como extracto de lavanda;
como
todo lo que algún día quiere persistir, era sencillo,
simplemente
como marcar el número de la tarjeta de
crédito
y
esperar toda la felicidad del mundo,
todo
lo que en ese momento podía desear:
por
fin una única esperanza y un único consuelo.
Todo
lo que a la vida le pedía Claudel.
De:
“Street View”
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