Mi
soledad, mi poema
Cierro
los ojos y siento que no estoy solo. Veo a la muerte. Sostiene una luz en la
lejanía y me acerco hasta ella esperando ver la eternidad, que es un viaje con
mi padre en un camión destartalado cruzando los olivares de Jaén para llegar a
un pueblo que aún no ha derruido la memoria. Llego hasta donde está la muerte y
me dice que la siga. Observo que está vestida con harapos de recuerdos oscuros
podridos en el alma, harapos de días y niebla iluminados por un sol oscuro que
sale de sus ojos. La muerte me obliga a seguirla. Me atrevo a tocarla y percibo
que se ha vuelto de repente una niebla dorada que sale de la cocina luminosa,
donde mi madre está sentada mirando la nevera y el calendario. Mi madre me
mira, me habla, me dice que hay una estrella azul en la camisa de las sombras,
que hay una voz viajando por la oscuridad, una voz que me dice que en la muerte
encontraré mi verdadera casa después de tantos siglos vagando sin saber adónde
voy. Mi juventud, mi pelo gris, mi soledad, mi poema, mi palabra que llega a la
muerte y olvida que navega por las aguas turbulentas de un sueño. Mi muerte que
me habla cuando aún estoy vivo. Ese amor por ti que se desvive en el tiempo.
Esa mirada que se queda quieta en los años. Ese amor que permanece siempre
igual en la memoria.
De:
“Madre”
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