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Con
un líquido rosa acaricio su cuerpo. Su piel cae como la pera a la que la
desnuda una navaja. Sonríe al techo, como si en la oscuridad encontrara mis
palabras. «No tiene caso», dice, y un cúmulo de baba le escurre. Finjo reír
para hacer compañía a mi soledad.
De: “Al amor también lo devoró la luz”
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