Dulcinea frente al Usumacinta
Ella
se dedicaba a jugar a las horas con el río,
lo
ceñía por las noches con una cinta roja,
ponía
cascabeles a sus pies líquidos
y en
las mañanas era un juntar los dos pechos
con
el sol en medio.
Ella
jugaba y jugaba
a
que el río se detenía en su cuerpo,
jugaba
a la ilusión
y el
río estaba ahí,
no
se movía de su sitio,
mientras,
ella,
era
un correr de agua
hacia
la mar canora.
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