Recado
a mi hijo Rafael
en
aquellas noches
tú gozabas escondiéndote
donde yo no te encontrara,
y en efecto, tus raras
habilidades
me impedían encontrarte
aun teniéndote
a un lado o detrás de mí.
¡Qué
cosa! ¿en cuál lugar de la nada se
habrá vuelto a meter?
¡Porque de la casa no ha salido!
Volvía
a buscar en los clósets,
debajo de las camas,
hasta dentro de los libros me
ponía a buscar, y nada, jamás
logré encontrarte.
Tenías
el don de hacerte invisible.
Tenías esa propiedad.
Aquellas
noches, niño mío,
fueron mis Mil y una noches.
Dios las guarde
en tu memoria, mi rey.
Que
repasándolas
logres descubrir
lo que por no haber aún
palabras para eso
quería pero no pude
decirte entonces,
cuando un día,
ya sin jugar,
sea yo, tu padre,
quien se esconda.
(enero 20, 2002)
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