…y
la miré a los ojos
…una
noche
decidí
tomar de los cabellos
a la
ciudad convertida en fugitiva
—nada
más para mirarle el rostro—
(estaba
yo cantando
como
corresponde a quien se precia
de
estar solo
o
ser poeta)
…y
la miré a los ojos:
estaba
tan fuera de sí
que
gritaba ofreciendo mercancías
sentada
cómodamente en el retrete de su olvido
No
quedaba en ella rastro
de
lo que fue su vida regia:
cubierta
con harapos
los
pies desnudos y maltrechos
estiraba
la mano temblorosa
decorada
aún con el brillo
casi
imperceptible
de
su última joya:
la
Octava Maravilla
el
Osario de América
Pedía
por
caridad
el
verbo o la palabra que llevarse a la boca
hincado
el codo en sus riquezas mal habidas
Nos
vimos como se miran
los
huérfanos
los
gemelos
los
cófrades que toda filiación abandonaron
alejados
de toda pertenencia
El
frío congelaba sus encías deshabitadas
babeaba
como quien pierde la palabra
escurrida
por la comisura de los labios
pero
logró decir
que
estaba dispuesta a cortarse las venas del asfalto
para
dejar renacer un río limpio
Juró
que recuperaría su nombre augusto
para
perpetuarlo en un blasón de piedra en la memoria
Hablaba
creyendo estar iluminada
mientras
los dedos de los pies le carcomían las ratas
y
las cucarachas le surcaban el rostro virulento
Tartamudeaba
apoyada
en el báculo de sus centros comerciales
Le
pedí que dijera su nombre en voz alta
que
repitiera el nombre de sus padres
de
sus hijos
sus
entenados
las
hienas que están royendo su cadáver:
ojos
nublados de vieja ciega
echó
hacia atrás la su cabeza
agitó
su bote con monedas
tarareó
las últimas estrofas de su himno
y yo
me fui a buscar bronca a otra parte
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