Epigrama
¿Qué
podría escribirse que no fuera
absurdo
o vergonzoso? Uno que hace
versos
y frases con las mismas manos
que
se domesticaron durante años
y
acá yace ese nene que trazaba
sus
círculos y rayas, prometía
que siempre
lo iba a hacer, que cortaría
partes
de él para los nombres muertos
pero
al final caerá como un viejito
que
se quiebra y sus huesos harán ruido
de
risa rápida, de perro atragantado
cuando
se raspe el pelo de su nuca
contra
el áspero suelo. Rema o rima
en
un bote en un lago artificial
para
llevarle a la madre otro libro
y a
su hija papeles de un archivo.
Todos
los que escribíamos entonces
copiamos
a cualquiera en cualquier lengua,
pudimos
darnos cuenta, el botecito
ahora
se dio vuelta, y nos hizo invisibles
los
unos a los otros. Están lejos,
no
somos un conjunto, nuestros hijos
se
van. Ya solamente queda
un
ritmo que araña esta superficie
y el
cuerpo busca otra mano, la suya,
pasión
patética y melodía melosa
de
canciones oscuras que me manda
ella
con su fonía de péndulo rojo
para
que por la noche le devuelva
una
emoción que cure, demasiado
rígida:
es una chica que nació
en
este mismo insólito lugar.
Su
pelo que susurra pareciera
escribir
en el aire un verso vivo.
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